Xalapa, la capital veracruzana que alguna vez fue ejemplo de tranquilidad y encanto, hoy se ahoga entre embotellamientos, desesperación ciudadana y decisiones gubernamentales cada vez más cuestionables.

El tráfico vehicular ha dejado de ser un mal necesario para convertirse en una tortura diaria. La razón es clara: malas planeaciones en obras públicas, reparaciones interminables y una ejecución ineficiente que parece no tener fondo ni lógica.

Basta con dar una vuelta por avenidas principales como Lázaro Cárdenas, Rébsamen, Arco Sur o 20 de Noviembre para comprobar que no se termina de arreglar una calle cuando ya están rompiendo la siguiente. ¿Por qué iniciar una nueva obra sin haber concluido la anterior? ¿Por qué programar tantas reparaciones simultáneamente en puntos neurálgicos? Las respuestas parecen tan evidentes como indignantes: justificar presupuestos, inflar gastos y aparentar trabajo donde solo hay caos.

Lo más grave es que este desorden no solo entorpece el tránsito, sino que ahoga la economía local, retrasa los traslados y multiplica los niveles de estrés. Todo esto en una ciudad que presume ser “de las flores”, pero donde los ciudadanos pasan más tiempo entre claxonazos que en sus propios hogares.

Y como si eso fuera poco, los agentes de tránsito brillan por su ineficiencia. Se colocan en esquinas estratégicas con el uniforme bien puesto, pero más atentos a su teléfono celular que al flujo vehicular. No dirigen, no ayudan, no se mueven. Solo están. Y su presencia, lejos de aliviar, irrita.

Los xalapeños ya están hartos. No es un capricho. Es una necesidad urgente de exigir planificación, orden y respeto. Ya basta de obras a medias, de calles que se rompen tres veces en un mismo año, de justificar robos con concreto y pintura.

Señores del ayuntamiento: dejen de justificar el presupuesto y empiecen a justificar la confianza que se les otorgó. Porque si no hay soluciones, tarde o temprano tampoco habrá votos.